martes, 4 de octubre de 2011

Señales.

Muchas veces dije la vida me estaba mandando señales. Algunas explicitas y otras no tanto. Cuando R me cagó por primera vez, era señal de que no teníamos que estar más juntos, y que, bueno, el era un estúpido. Cuando me cagó la segunda vez ahora la señal decía que el estúpido era yo. Hay otras no tan explicitas también, son tácitas pero se cae de maduro lo que nos están queriendo decir. Hace poco viví una secuencia que me pareció digna de un cortometraje. Europeo capaz.

Desde que cortamos con P me pasa algo muy loco. Busco. Todo el tiempo. Antes buscaba a proposito, desesperado por encontrarlo. No sé bien para qué, pero necesitaba verlo. El tiempo pasó y las aguas se calmaron. Pero hace poco, fue como si las calmas aguas se convirtieran en un huracán. Un desastre natural, en mi cabeza. Terremotos en mis manos y mis piernas. Una tormenta en la frente, y un diluvio en mis ojos. Llegué a la estación, como siempre buscando. Pero esta vez fue diferente, era como antes. Sentía que me asfixiaba porque no lo podía encontrar. Las posibilidades de que esté en la estación de Ramos Mejia, en ese momento, ese día, eran mínimas, pero yo fiel a mis discapacidades emocionales, seguía buscando. No podía evitarlo.
Claro que no estaba en el andén.. pero quizás si estaba en el tren. Cuando me subí recorrí varios vagones. Buscaba su cara en la cara de extraños, pero ninguna me era conocida. Ya cansado de buscar y con los ojos ahogados me senté en el primer asiento vació que visualicé. No quería armar un escándalo, no quería que todos se dieran cuenta. Lloraba mudo. La cara contraída, y de vez en cuando algún sonido espasmódico que no podía silenciar. Miraba para abajo. Miré para mi izquierda. Una mujer sentada me era completamente indiferente. Y estaba bien así. Generalmente trato de no llorar por cosas que ya pasaron. Y aunque a veces se dan las oportunidades de que siga llorando, en algunas prefiero cambiar de actividades, de tema, de pensamiento. Y en otras, como en el tren, lloro. Me saco nuevamente el sufrimiento por los ojos. Pero lloro de manera diferente. Lloro sin extrañarlo, lloro sin amarlo, lloro sin desearlo, lloro odiando su sonrisa. Lloro con bronca. Con bronca hacia mi, lloro odiandome. Odiando idealizar de una manera abismal a esa persona con la cual no me identifico para nada. Pero que sin embargo, hasta el día de hoy no puedo dejar de buscar en cada esquina. Tenía que encontrarlo. Con las manos empapadas busqué el celular. Arma asesina si las hay. Agenda, P.
Y si lo que pasó después no fue una señal que alguien me diga lo que fue. Un segundo antes de apretar el boton verde de llamar, la mujer que estaba a mi lado, que hacía diez minutos antes parecía completamente indiferente me dijo "no vale la pena". Me lo volvio a decir, lo repitió para que me quede bien claro "No vale la pena". Me miró con un gesto que me abrazaba. No me conocía pero su voz y su mirada me reconfortó, sentía que me estaba acariciando con tan solo tocarme. Como una madre, cuando el bebé llora y le hace caricias para calmarlo. La sentí así. Llegué a floresta, no sin antes agradecerle y cerrar el celular me despedí de ella. Caminé cinco cuadras pensando en lo que acababa de pasar. Ya sin llorar. Simplemente caminaba y agradecía.

Si eso no fue una señal, que alguien me diga lo que fue.

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Ok, te sigo